El compromiso infantil.

El pasado lunes a las 18 horas, como casi siempre, fue mi alumno de 8 años el que me abrió la puerta, pero a diferencia de la sonrisa cómplice y el guiño habitual, mostraba un rictus crispado, como si estuviese enfadado o hubiese llorado.
Saludé y solté un, más tímido que otros días, «¿Qué tal la semana?», y en esto que aparece su madre y me dice que le acaban de sacar una muela. A mi alumno de 8 años, no a su madre. Guau. Me cuenta que ella iba a llamarme para cancelar la clase, pero que él insistió en que quería darla.

Luego nosotros, los adultos, cancelamos planes, ensayos, reuniones o lo que sea con cualquier endeble pretexto, y aquí me veo con este Hombre de 8 años, que me enseña su «muela con caries» guardada en un diminuto baúl de plástico azul, como los de los clicks piratas. Durante la hora de clase se dolió de su muela, sí, pero ahí estuvimos, currando a tope. (Cuando le pregunté inocente que si iba a conservar la muela me dijo que no, que era para el ratoncito. Pues claro).

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Y al acabar, me cuenta su secreto: como le han sacado la muela, su madre le deja hoy tomar helado de chocolate. Y asiento, porque no hay nada mejor que el chocolate. Guitarra y chocolate, ya son dos las pasiones que tenemos en común.

 

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